Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

jueves, 14 de enero de 2016

Ansiedad.

EL MONO DE ALGODÓN.

Sé lo que es entrar en una farmacia en estado de ansiedad para calmar una dependencia con el ánimo alterado.

Me pasaba hace unos cuarenta y cinco años cuando me operaron de un oído. Se me había soldado el estribo a la platina al final del oído medio y me lo apañaron.

Antes de la operación yo creía que oía bien, perfectamente no, pero si no hubiera sufrido reproches constantes al pedir que me repitieran algo ¡nunca me hubiera operado!

Vivía en un piso interior en Clara del Rey que daba a un enorme y luminoso patio. De aquel piso me encantaba, sobre todo, lo silencioso que era.

Salí de la Concha con mi alta un domingo por la mañana a eso de las once. Hace cuarenta y cinco años, y a lo mejor ahora también, en esa plaza un domingo por la mañana a las once el silencio era total ¡Eso me creía yo! Porque aquella mañana el ruido de los coches era estruendoso.

En el periodo postoperatorio tenía que seguir algún tratamiento como ponerme una inyección de vez en cuando. Salí una tarde de mi casa y me dirigí a la calle López de Hoyos, paralela a la mía, por una perpendicular a ambas. Cuando me iba acercando a dicha calle, que tiene un tráfico endemoniado, y estaba a punto de alcanzarla ¡era tal el estruendo que volvía a casa sin la inyección!

Mi casa no era tan silenciosa como creía, y el ruido en general era tan insoportable que cuando salía a la calle buscaba ansioso una farmacia para hacerme del remedio indispensable.

¿Qué sustancia poderosa buscaba ansiosamente?

Algodón.

De modo que llegaba a la farmacia desencajado y pedía un paquete de algodón. Con el que me atascaba bien la oreja para que me resultara llevadero el estruendo cotidiano.

Ya no lo necesito. No es que no haya ruido ¡hay más aún! pero, como todos, me he acostumbrado ¡menuda capacidad de adaptación! Pero la procesión irá por dentro. Aunque no vayamos a creer que no hace efecto ¡lo hace! Debemos tener el alma y el cuerpo machacados con tantas agresiones que ni notamos, pero que seguramente nos van consumiendo.

¿Por qué me he acordado ahora de esto? Porque estos días ando padeciendo una lesión en una muela en la que se me había instalado una colonia de bacterias que han tenido que desahuciar por la vía violenta ¡Cómo algo tan pequeño puede producir dolor tan grande! Claro que pequeño respecto a mí, no respecto a las bacterias que en el interior de mi muela disponían de una colonia inmensa que al ser descubierta desprendió hedor a metano, el gas de los pantanos. Y mientras que cicatriza tapa el hueco con bolitas de algodón.

Al rato de salir del dentista se me cayó una de esas bolitas ¡que agobio! De modo que impulsado por un viejo instinto corrí a una farmacia abrumado por mi mono de algodón.





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