Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

viernes, 12 de junio de 2015

Ver de oído.

EL CIEGO.

Ya hace tiempo que no ando con ciegos. Me fascinan los ciegos. 

Como no pueden ver son insensible a los estímulos visuales. A los de los demás y a los propios, por eso tienen esas expresiones tan raras. Esas muecas y esas cosas tan extrañas que hacen con los ojos. Por eso suelen llevar gafas oscuras, ellos no se darán cuenta, pero alguien les advertirá.

Pero por lo general pueden oír y pueden hablar. Aunque conocí a un chico que además de ciego era sordomudo. Una tragedia. Un amigo mío ciego, creo que no totalmente, se comunicaba con él por el tacto. Le cogía una mano y con una suya le hacía signos de sordomudo ¡y funcionaba!

El tacto es el gran recurso. Es lo que tenemos más vegetal. Un día os contaba que las plantas ven, pero no tienen ojos, y oyen, pero no tienen oídos, huelen pero no tienen nariz, saborean pero no tienen lengua. Ven, oyen saborean y huelen difusamente con todo su "cuerpo" o con una buena parte. Nosotros no tenemos órganos específicos para el tacto, lo sentimos con todo nuestro cuerpo. En realidad el oído es una derivación del tacto. En definitiva es un sistema con membranas muy sensibles que golpeadas por el aire en movimiento producen lo que conocemos como señales acústicas. Y los infrarrojos tampoco los vemos con los ojos, pero sí con todo el cuerpo, es la sensación de calor, o de frío, que es el negro del infrarrojo.

Pero como los ciegos, por lo general, pueden oír están abiertos al habla. Y también, por lo general, pueden hablar. Luego ¡están salvados! porque la comunicación humana es oral principalmente. Aunque es verdad que se usa mucho ese código paralelo, que decía Prieto, que es la escritura. Y en eso los ciegos lo tienen más crudo. Se han inventado el braille, que es táctil ¡el gran recurso! y con ello se valen para salir del paso.

El caso es que la gente se comunica principalmente de modo oral o escrito mediante signos del lenguaje. Y estos son realidades interpuestas entre la gente y la realidad propiamente dicha. Por ejemplo, la pipa de Magritte no es una pipa, como él tan sabiamente afirma. Es un signo con el que no se puede fumar, pero que significa esa realidad que es una pipa.

Generalmente vivimos apartados de la realidad, pero arropados por los signos que la significan, por eso los ciegos gozan, por lo general, de tan buen humor.

En cambio los sordos suelen estar de muy mala leche. Y los sordomudos ¡para que decir! A pesar de que pueden acceder a los indicios de la realidad, que son principalmente visuales ¡pero no a la comunicación ordinaria! A pesar de tanto icono publicitario, y no publicitario, a pesar de que la escritura es cada vez más profusa, a pesar de todo eso la comunicación es, sobre todo, oral. Y como los sordos no se enteran ¡pues están jodidos!

Porque claro, uno se apaña con lo que se apaña, y lo que no necesita ¡ni lo echa de menos! Por ejemplo: no tenemos sonar, pero como no somos murciélagos, pues no lo echamos de menos. Mientras que un murciélago sin sonar iba a pasar más hambre que el perro de un ciego. Ni tenemos perceptores de electricidad y un tiburón sin ellos es como un murciélago sin sonar. Ni sentido magnético, sin el cual las palomas y otras aves estarían perdidas. Ni podemos volar, cuando, dicen, que el 60% del los animales vuelan, la mayoría de las aves y muchos insectos.

Todo esto se me ha ocurrido a partir de haber visto un kiosco de la ONCE en mitad de uno de los enormes, y escasamente iluminados, pasillos de la estación de Atocha. Allí dentro estaba el ciego cheposo, con los brazos cruzados, acurrucado en el mostrador mínimo, delante de la minúscula ventanilla, esperando a que detuviera algún cliente de la gente que, más o menos rápidamente, pasábamos por allí, en todas direcciones. Y ese habitáculo acristalado, con cupones pegados por todas partes, que no tendría mucho más de un metro de lado y dos de alto era como una jaula, o una pecera, de no mucho más de dos metros cúbicos donde aquel hombre, supongo que privado del sentido de la vista, consumía su jornada laboral.


¡Ocho horas cada día embutido en aquella urna! Sintiendo el pasar de la gente y esperando que gotee el maná!


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