Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

domingo, 10 de agosto de 2014

Gustos permanentes.


LAS CASAS DE MIS ABUELAS.

Mis dos abuelas se llamaban igual pero se las nombraba de modo distinto, a la materna le llamaba "abuela Lola" y a la paterna "mamá Dolores". A mi abuelo materno, Enrique, ni lo conocí y al paterno, Tomás como yo, o yo como él, mejor dicho, lo conocí poco.

Murió mi abuelo Tomás cuando yo tenía cinco años. El caso es que hasta que cumplí esa edad tuve tiempo de sobra para tratarlo, pero lo traté poco. Recuerdo que era un anciano magro y sarmentoso que liaba sus cigarrillos y yo le ofrecía hojas secas de parra trituradas porque en todo me parecía igual que el tabaco. él rechazaba amablemente mi ofrecimiento sin darme propiamente una explicación. Pero es que parece que había sufrido un ictus del que seguramente nunca llegó a recuperarse totalmente. Era marinero y le sobrevivieron muchos años dos gorras suyas que estaban colgadas en una percha junto a la entrada. Una de más diámetro que la otra. Parecidas, sobre todo la mayor, a las gorras militares, aunque eran perfectamente civiles. Parecida la más chica a las que cubren a Lenin en las fotos.

Ambas casas eran singulares, verdaderamente no conozco ninguna que no lo sea, y muy distintas. La de mi abuela Lola era un segundo o tercer piso de la calle del Puerto. Y la de mi abuela Dolores una casa baja de la calle de la Paz.

La casa de mi abuela Lola tenía un salón-comedor más bien oscuro que daba a dos habitaciones muy luminosas con balcones a la calle. A continuación del salón había un espacio realmente surrealista, un pasillo que rodeaba un vacío, coronado por una montera o lucernario de cristal y hacia abajo el precipicio, rodeado por pasillos análogos al nuestro de los pisos más bajos. Y abajo del todo un sombrío y amplio espacio, la casa de Segunda, que es como se llamaba esa vecina. Me resultaban muy llamativa la sombra de abajo, a donde se podría uno caer fácilmente, y la luz de arriba, a donde no se podía ascender tan espontáneamente.

Había más cosas interesantes en casa de mi abuela Lola, donde vivían además su hija, mi tía Julia, su marido, mi tío Pedro, un tipo interesante que pintaba muy bien, y misterioso, porque tenía un ojo de cristal y los hijos de ambos, mis primos Pepe, Loli y Julio.

Tenía mi tía Julia -¡que me encontraba guapísimo! y me lo decía con mucho entusiasmo- una perrita pequeña que se llamaba Linda. Y que trataba con Zotal para librarla de parásitos. Y con ese olor tan característico están enredados esos recuerdos.

Iba mucho más a casa de mi abuela Dolores, donde, además vivía mi tía Gertrudis que vestía de negro, con mantón espeso en invierno y manto translúcido en verano, había muchas señoras en esa época de ese modo ataviadas, como en Irán. Aquella era una casa que daba mucho más juego, y donde podía estar jugando solo con la tierra de lo que llamaban impropiamente el corral, porque entonces no había ningún animal. Tan solo un huerto inculto.

Tengo que aclarar que para mí el estar solo no es tal sino en la íntima compañía conmigo mismo.

Entre el dicho corral y la casa había un patio. Enlosado y rodeado de arriates. Al salir de la casa a ese patio, a la derecha y al final, había una enorme mata de yerbaluisa. En frente la mencionada parra y a continuación, hacia la izquierda, la entrada al mencionado corral. Y en la pared de la izquierda un cuartillo de cachivaches del que recuerdo herramientas oxidadas, toscas parrillas hechas con alambres retorcidos y caracolas marinas, a las que les rompí las puntas para hacer trompetas. Y a continuación otro cuarto un poco mayor, donde había una mesa con un cajón lleno de especias, totalmente desordenadas, que desprendía olores subyugantes, que nunca he olvidado y que abrí por primera vez cuando tenía unos tres años.


Ahora también tengo un patio en mi casa, un jardín y un huerto. Donde, más o menos, sigo haciendo lo que hacía entonces. Y donde me reúno, no con mi abuelo, sino con mis nietos ¡que ya tienen nueve, siete y dos años! Y a los que les doy mucho más palique del que me dieron a mí. Tenemos una parra, que como aquella también tiene hojas secas, pero como yo no fumo pues mis nietos no han caído en la cuenta de ofrecerme ese falso tabaco.


2 comentarios:

Ana dijo...

Pues el post que se pueden hacer Nico y Jorge es cojonudo!! ;)
Bueno, y yo, y todo el mundo que cuando llega el verano me pregunta que cuando nos reunimos en casa de mis padres.. Es todo Feng shui!!
Y este jueves, cine de verano, por cierto!

saltes dijo...

¡Pues muy bien!
¡¡¡Este es 1 gerundio q T K GAS!!!