ARISTÓCRATAS.
Por casualidad conozco a un
marqués que me tiene mucho afecto, y yo a él, recíprocamente. Fue profe mío en el Instituto la Rábida de
Huelva a mediados del siglo pasado. En la época en que este instituto cumplió
un siglo. Y no lo celebraron gran cosa. Página en el periódico Odiel de Huelva
y comida de confraternidad de los profesores.
Medio siglo más tarde resaltaron
el siglo y medio generosamente. Editando dos tomos de interesantísima historia relativa
al centro y yo me encargué, en esa obra, de recordar los siete años en los que fui testigo.
Hice una semblanza de mis
profesores y le dediqué una parte a mi profesor de historia en PREU, del que no
recordaba el nombre. Decía que era un hombre muy elegante, que vestía siempre
de gris, pero que mis compañeras habían notado que no siempre llevaba el mismo
traje. Y lo más llamativo de todo es que acudía al instituto, que está bastante
retirado del centro de la ciudad y en mitad de una pronunciada cuesta, montado en un coche de caballo. Hay que tener
en cuenta que esos eran los taxis de la época, pero no dejaba por ello de ser
llamativo. Lógicamente lo apodábamos "el conde".
Recientemente llaman a casa por teléfono ¡y era
él! que había leído el libro y me localizó. Cariñosísimo me dijo que se llama
Alfonso y que efectivamente tiene un título nobiliario. Es marques.
Luego nos hemos visto. Primero en
una casa que tiene en La Granja, después en casa y recientemente en la suya en
Madrid.
En la visita a su casa de La
Granja llegaron una señora y su hijo. La presentó ¡y resulta que era marquesa! Y
en su casa de Madrid llegó una señora, la presento ¡y era duquesa!
El caso es que esa gente aristocrática me pareció normal. Diría que corriente. Perteneciente a una extraña cofradía, a la que es
prácticamente imposible acceder.
A pesar de que no frecuento esos círculos, creo que no dejan de ser personas interesantes, porque son reliquias del pasado, auténticos fósiles vivientes de la historia, gente que ahora es corriente pero que tiene antepasados que a lo mejor estudiamos en la escuela, y nombres del callejero.
A pesar de que no frecuento esos círculos, creo que no dejan de ser personas interesantes, porque son reliquias del pasado, auténticos fósiles vivientes de la historia, gente que ahora es corriente pero que tiene antepasados que a lo mejor estudiamos en la escuela, y nombres del callejero.
Menos mal que eso de ser pintor
es un curioso blasoncillo que sirvió de salvoconducto. Y a pesar de que, menos para mi nieto Jorge, no soy famoso.
Ni habrán oído hablar de mí, ni conoceran mis cuadros y de conocerlos seguro que a muchos no
les gustarían, ni tampoco mis dibujos satíricos serían de su agrado.
¡Pero qué mala pata! Eso fue el pasado domingo y el viernes anterior se me rompió un diente. Y yo, en aquel medio tan distinguido con una mella al estilo MAD. Nadie dijo nada. Ni una palabra, ni un gesto ¡Nobleza obliga! A pesar de que no me privé de reír ampliamente cuando el caso lo merecía.
¡Pero qué mala pata! Eso fue el pasado domingo y el viernes anterior se me rompió un diente. Y yo, en aquel medio tan distinguido con una mella al estilo MAD. Nadie dijo nada. Ni una palabra, ni un gesto ¡Nobleza obliga! A pesar de que no me privé de reír ampliamente cuando el caso lo merecía.
¡Vivir para ver!
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