Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

sábado, 4 de agosto de 2012

Con muchos sentidos.



LAS SUERTES DE LOS LIMPIABOTAS.


Hace mucho más de medio siglo que nadie me limpia los zapatos. Ni osaría ponerme ante un limpiabotas por lo que me podría caer. Lo cual está muy mal porque contribuyo (modestamente, eso sí) a la ruina de una honorable profesión que posibilitaría que llegara el pan a unas familias. Eso me recuerda como en Agra nos opusimos a que un insistente viejo nos llevara en su risot ¡cómo vamos a permitir que ese pobre viejo arrastrara el peso de nosotros tres! Y el “pobre viejo” se cabreó y nos llamó bastardos.

La humillada postura de los limpiabotas está motivada por la simple razón de que los pies del cliente están por su parte baja y las manos del operante están por su parte alta. Si hubiera la costumbre de limpiar los guantes puestos, o los limpiabotas pudieran trabajar con los pies, no habría necesidad de esa aparente humillación. Del oficio de peluquero no se dice nada porque trabajan erguidos sobre la cabeza del cliente que está sentado.

Cuando de chaval iba con mi padre al Bar Astoria de Huelva y nos sentábamos fuera a tomar algo y a limpiarnos los zapatos. Son sensaciones táctiles que recuerdo muy precisamente y me resultan muy placenteras.

Sentado en su minúsculo banquito el limpiabotas tomaba uno de mis pies y lo colocaba con firmeza en ese surrealista contrapié que tienen esas cajas y comenzaba el despliegue de sensaciones de tacto, oído y olfato. Abría y cerraba las portezuelas de las cajas con un sonido de claquet. Primero sacaba unos naipes curvados, desgastados y con huellas de tinte que deslizaba por los dos lados del pie, por debajo de los tobillos que iban haciéndose sitio ciñendo la suave tela de los calcetines. Eso producía una sucesión de percepciones táctiles inefables.

La primera suerte era la del dandi. Que es un líquido marrón o negro contenido en botellitas con el que tiñe someramente los zapatos. Poniendo el pequeño cepillo de cabeza circular con rabo sobre la boca de la botellita tras unas sacudidas lo empapaba y rápidamente iba distribuyendo el dandi sobre el zapato. Esos breves y enérgicos recorridos facilitados por el líquido producían una suave y húmeda cosquilla. Visualmente también resultaba interesante ese dinámico panorama de rastros de humedad que formaban cambiantes círculos húmedos y secos debido a que esa sustancia acuosa no se depositaba uniformemente sobre la superficie encerada de los zapatos. Lo malo es que cuando estrenaba zapatos no ponían dandi, con lo que la operación perdía encanto.

La segunda suerte era la de la crema. Para aplicar la crema no utilizaban trapo ni ninguna otra cosa sino que la untaban con los dedos. La lata era bastante mayor que las domésticas. Y el tacto de sus dedos sobre mis pies es algo que recuerdo perfectamente, deslizándose y produciendo un suave y firme masaje. Luego el rápido frotar del cepillo que pasaba de una mano a otra tirándolo por el aire donde giraba sonando como un palmetazo al ser recibido. Y por último lo mejor de todo, el frotar del trapo, hecho del forro de las mangas de los trajes, que movía rapidísimamente por el empeine, la puntera y el talón. A veces lo levantaba de un lado, separándolo, para luego tirarlo fuertemente como un golpe deslizante dado con el arco sobre un contrabajo produciendo un sonido semejante, obteniendo un brillo inalcanzable por un profano. Luego el suave deslizamiento de los naipes al sacarlos y el golpecito en el talón indicando que ya podía retirar el pie.

Son cosas que uno tiene alojadas en el "disco duro", que parece que podría recuperar en cualquier momento, pero como sé que no es posible, y para no llevarme un chasco, me abstengo.








2 comentarios:

rubensan dijo...

Yo recuerdo que cuando yo era niño había muchos limpiabotas por Madrid, algo que a mí me llamaba la atención. Hoy ya es muy raro ver uno.

Supongo que el que hayan quedado en desuso tiene bastante que ver con esa idea, bastante tonta, de que es un trabajo humillante. Pero también tiene que ver con el cambio de la moda, gran parte del calzado que la gente usa hoy no es apropiado para que lo limpie un limpiabotas.

saltes dijo...

Ya ves socio. Ahora se ven algunos en sitios fijos en la calle, como delante del Palacio de la Música en la Gran Vía, pero antes estaban en las cafeterías y cuando alguien requería sus servicios gritaba: ¡Limpia! y acudía con la caja colgando de una mano y el banquito bajo el sobaco. También había cerilleras que las llamaban con un ¡cerillera! Llevaban una caja sujeta en la cintura y también una correita q le pasaba por detrás del cuello. En la caja llevaba cerillas y tabaco ¡pero ya no se fuma! ni los zapatos brillan.

Son faunas humanas extintas ¡y yo el carbono 14!